Últimamente comienzo a escribir y me arrepiento. Sé que hay montones de gente escribiendo y criticando, así que quisiera hacer un aporte más general, pero contundente.
Creo que ya les he contado esta anécdota de hace muchos años, pero allí va otra vez: Cierto día, mi hermano Manuel salía del centro comercial El Dorado, atravesando los estacionamientos, rumbo a su democrática parada de bus, cuando un «bien cuidao», le sale al paso y le dice: «bien cuidao chif», mi adorable hermano pequeño, se le queda viendo y le pregunta:«Cuál es mi carro?».
No quiero ser graciosa hoy, porque la vida en este país no es una gracia. Aquí te «coimean» hasta por respirar y los niveles de estafa han adquirido tanta sofisticación, que ni la utilización de la cruz de Cristo se salva como método de alivianar el bolsillo. Si es exagerado decir que el panameño tiene alma de ladrón, lo que sí ha tenido que desarrollar es toda una habilidad para traga sapos y hacerse de la vista gorda, porque si no lo hace, no solo corre el riesgo de quedarse sin trabajo, sino que los verdaderos delincuentes se unen, le arman un caso y el que queda preso es el que denunció. Se imaginan la pesadilla de ser una persona honesta y trabajar en puestos sensibles del Ministerio de Trabajo, Migración, Municipio y cualquier otra institución del estado dónde se ponga una multa? Se imaginan la presión de aquellos encargados de actos de licitación pública? Han pensado alguna vez en el policía que ve coimeando a un superior, pero luego tiene que arrestar al que se robó un molde de pan en un súper? La honestidad es una cualidad que implica mucha soledad y un estado cada vez más peligroso.
Una bala perdida, un empujón en una escalera, una encerrona y posterior golpiza dentro de un baño, son argumentos más que convincentes para renunciar o pasar a engrosar la lista cada vez más creciente de héroes anónimos y muertos.
Quisiera yo que hubiese funcionarios que tuviesen el apodo de «90%» porque es su porcentaje de efectividad en el puesto que desempeñan, pero señores, que exista alguien que su fama sea precedida por el «15%» y no precisamente de efectividad, no es tan malo como el funcionario que lo designó.
Dicen los agoreros que si los corruptos murieran todos después de un desastre natural, en Panamá solo sobrevivirían un par de cientos de miles. La corrupción no es una práctica de supervivencia, la corrupción se ha convertido en un deporte nacional donde se admira a todo aquel que desarrolla nuevos mecanismos para burlar la justicia.